Vivir en el mundo, sin ser del mundo es una tarea que se hace muy difícil, nuestras limitaciones y debilidades siempre nos conducirán a que pensemos y actuemos como lo hace el mundo. Es un verdadero combate espiritual, pues es muy fácil decir “no soy del mundo”, cuando con nuestras acciones reflejamos algo totalmente opuesto.
Desde el encuentro personal con Cristo y de la elección que hace por cada uno de nosotros, es posible que podamos afirmar y creer que no somos del mundo, pues el mismo nos dice: “Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no son del mundo, porque yo al elegirlos los he sacado del mundo, por eso los odia el mundo” (Jn. 15, 19).
La fe de que Cristo está conmigo, de que Él no nos ha abandonado – “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20), debe hacernos admitir que solo cuando me falta Dios no soy nada y soy débil, porque con Él lo podemos todo, lo que para nosotros es imposible, para Dios es posible. No debemos olvidarlo, para Dios todo es posible.
El Espíritu Santo nos configura con Cristo, nos lo revela como nuestro Señor y Salvador, para que nosotros seamos sus testigos. Si somos de Cristo es nuestra misión llevar su mensaje de vida y esperanza, a nuestra familia, a nuestra comunidad, a nuestro prójimo, a quien más lo necesite, en definitiva a todo el mundo. Dios nos llama a una vida de servicio fiel y perseverante, con humildad y obediencia.
Es nuestro deber luchar por tener un verdadero estilo de vida a la manera de Cristo, una vida cristiana coherente, de oración constante, de encuentro con la palabra, con los sacramentos, no podemos esperar que optar por Cristo implique una vida pacifica, cómoda, sin luchas, ni conflictos, eso es un error, pero de lo que si podemos estar seguros es que en cualquier situación que se presente en nuestra vida siempre Él estará con nosotros, siempre amándonos. Dios nos ama y no puede dejarnos de amar, quiere lo mejor para nosotros, aunque a veces no entendamos.
Finalmente, con la gracia de Dios esforcémonos por vivir convencidos de que no somos del mundo, somos de Cristo, porque Él nos rescató, nos salvó, Jesucristo nuestro redentor con su muerte y resurrección ha vencido la muerte, al enemigo, al mundo.